15 enero, 2007

Banderas de nuestros padres

La toma de la isla de Iwo Jima se hace indispensable para las tropas norteamericanas durante la 2ª Guerra Mundial. Allí, un grupo de soldados serán fotografiados mientras alzan un mástil con la bandera de su país, convirtiéndose en héroes a su pesar y transformándose en la herramienta política y propagandística que el gobierno y, sobre todo, la economía estadounidense necesitan en ese momento.

Pues al fin, tras varios meses de retraso respecto al estreno previsto en nuestro país (que si noviembre, que si enero) llega la nueva cinta de Clint Eastwood. Y lo cierto es que, al menos para mí, es un poco decepcionante. Uno se espera ver una película mucho más completa que esta Banderas de nuestros padres, a la que le fallan los actores y la última media hora, que alcanza momentos verdaderamente interminables.
La dirección de Eastwood es muy correcta, como sólo puede esperarse de un grande como él, pero también se nota la enorme influencia de Steven Spielberg (productor) en las escenas de batalla y en el final. Eastwood usa con mucho buen hacer la cámara en mano, al más puro estilo documental, durante toda la batalla y se muestra mucho más calmado cuando la situación lo requiere. Así que, sin llegar al grado de maestría mostrado en Mystic River (para mi, su mejor película) o en Million Dollar Baby, el señor Clint sabe articular unas más que dignas escenas bélicas y saca todo lo que puede de sus limitados actores.
Y es que tener a Ryan Phillippe como protagonista de una historia como esta es uno de los principales errores. El chico no es capaz de dar la complejidad y la densidad dramática que su personaje necesita y se ve bastante perdido en su interpretación, aunque tampoco es que lo haga mal del todo, es que simplemente el papel no le pega mucho. Quizá el actor Adam Beach, que interpretada al soldado indio, sea el mejor del trio protagonista, aunque su papel no va a pasar a los libros de historia.

Pero si hay algo sobresaliente en esta cinta eso es la estupenda recreación del terreno de batalla y de los combates. La cinta es de una factura técnica excelente, con un uso excesivamente extraño de los efectos digitales (es extraño porque Eastwood no es un director de efectos, aunque en Space Cowboys supo manejarlos bien) y un montaje narrativo bastante bueno, que nos va introduciendo en la historia y alterna momentos del pasado y el presente. Como ya he dicho, la mano de Spielberg es alargada, y se nota bastante que Salvar al soldado Ryan es hoy por hoy la cinta bélica definitiva (al menos en cuanto a técnica se refiere) y muchos momentos recuerdan a la famosa película.
Otro aspecto interesante de Banderas de nuestros padres es su intención de ser lo más realista posible, con escenas verdaderamente crudas que su director no quiere dejar de mostrar salvo cuando tiene que dejar de mostrarlas. La música (del propio Eastwood y muy similar a la de sus anteriores films), la fotografía y otros detalles técnicos se ven eclipsados por los buenísimos efectos de sonido, que alcanzan su esplendor en los impresionantes bombardeos que quedan reflejados con impresionante fuerza visual.
Pero es al final cuando la cosa se jode del todo y es que el guión de Paul Haggis (que siempre le pasa igual) se vuelve interminable, con más de media hora de metraje donde el espectador seguramente piense que por qué sigue sentado en la sala si la historia está más que clara y acabada.

En resumen, una notable muestra de dirección por parte de un clásico como Eastwood y unas magníficas escenas de combate, pero con un casting bastante desacertado y un final que no acaba. Lo bueno de esta historia es que aún tiene que llegar Cartas desde Iwo Jima, la versión que el propio Eastwood ha dirigido sobre la misma batalla pero desde el punto de vista japonés, que ha conseguido la admiración de todos aquellos que han tenido oportunidad de verla.

Nota: 6´5.

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