21 febrero, 2007

Cartas desde Iwo Jima

Las tropas niponas se disponen a defender la isla de Iwo Jima de las tropas norteamericanas bajo el mando del general Kuribayashi, que cree opurtuno crear una red de túneles subterráneos a lo largo de toda la isla para poder hacer frente al bando enemigo, bastante superior en número y armamento. Mientras esperan la batalla, cada soldado irá descubriendo que la guerra es un sinsentido y que conforme pasa el tiempo añoran más volver a ver a su familia, cosa que muchos de los soldados dudan que suceda, ya que en esa isla les espera la muerte en una batalla que no pueden ganar.

Tras la fallida Banderas de nuestros padres llega Cartas desde Iwo Jima, muy superior en todos los aspectos a la anterior película de Eastwood que retrató tan cruenta batalla. En esta ocasión Eastwood se deja de gilipolleces y nos ofrece lo que todo buen amante del cine bélico quiere ver, grandes momentos repletos de emoción, acción y sentimiento. Y es que si algo sorprende desde el primer momento en esta producción es la cantidad de sensaciones y sentimientos que transmite, gracias a un dominio excelente por parte del señor Clint Eastwood tanto en la dirección de actores como en la realización técnica de la cinta. Al contrario que en su otra cinta sobre Iwo Jima, aquí los actores trabajan de maravilla, sobre todo un Ken Watanabe al que su personaje le sienta como anillo al dedo o el, desconocido para mi, joven Kazunari Ninomiya, que interpreta al soldado Saigo, que conecta desde el primer momento con el espectador, creando una simpatía total hacia él. Lo cierto, y aunque suene a cosa rara y sea una comparación difícil, estamos ante la cinta más sensible de Clint desde Los puentes de Madison.
Gracias a la excelente dirección, los actores se amoldan a sus papeles con mucha soltura y todos, absolutamente todos, consiguen transmitirnos sus emociones, desde el fanatismo más absoluto, pasando por la locura transitoria por culpa de las vivencias en el campo de batalla, hasta la bondad representada en el soldado famoso interpretado notablemente por Tsuyoshi Ihara.




Pero si hay algo que está a la altura de la sobresaliente dirección, ese es el aspecto técnico de la cinta. Eastwood, con mucha sabiduría, ha sabido mezclar escenas ya mostradas en Banderas de nuestros padres, con otras más modestas (recordar que Cartas desde Iwo Jima ha costado muchos, muchísimos millones menos), consiguiendo unas secuencias increibles y perfectas, sobre todo las de bombardeos. El sonido, nominado al Oscar, está de rechupete, y sabemos donde va a caer una bomba antes de que está toque el suelo en la pantalla.
Otra cosa que está excelentemente rodada en el film son los momentos más duros y angustiosos, como el suicidio colectivo de algunos soldados (ya se sabe como son los japos, muy honorables ellos) y los momentos de mayor tensión, como ese en el que unos soldados yankis tienen prisioneros a dos soldados del imperio del sol naciente.
Eastwood no escatima en crudeza y muestra lo que tiene que mostrar, sin miedo, y más teniendo en cuenta que en esta ocasión los malos, el enemigo, son los norteamericanos. Lo cierto es que los japoneses deben sentirse
contentos con como se los refleja (de hecho, la cinta ha sido un taquillazo allí) ya que, exceptuando al típico fanático que prefiere suicidarse o hacer el kamikaze, los soldados son retratados comos seres humanos, no como héroes, que saben que van a morir pero que lo haran con el honor que ellos tanto valoran.



En resumen, una muy notable cinta bélica, con un Ken Watanabe que se come la pantalla y con unos personajes muy trabajados. Las únicas pegas que se pueden achacar a la cinta son algún momento de bajada de ritmo, la banda sonora (lo siento, pero ya me he cansado de los solos de guitarra de las músicas de Eastwood) y, sobre todo, que si la valoramos junto con la primera parte del díptico pierde bastante puntos. Eso sí, como película individual, una maravilla perfecta para ver en cine (para los despistados: la peli es en versión original con subtítulos).

Nota: 8.

14 febrero, 2007

Diamante de sangre

La familia de Solomon vive tranquilamente en una aldea de Sierra Leona hasta que unos miembros del FUR atacan salvajemente el pueblo, matando a mujeres y niños y convirtiendo a los hombres más fornidos en trabajadores de las minas de diamantes. Será así como Solomon encuentre un pedrusco de gran tamaño y vea la posibilidad de huir del país, aunque la tarea sea casi imposible. En su huida se cruzará con Danny Archer, contrabandista de diamantes y antiguo guerrillero que verá la posibilidad de salir del continente gracias al gran diamante.

Lo cierto es que para ser una peli de acción la cosa tiene bastante miga y bastante energía como para denunciar algo tan negativo como la esclavitud, los niños soldados y el tráfico de diamantes, temas que son abordados sin ningún tipo de complejo y que en ocasiones van acompañados por escenas subiditas de tono (en cuanto a violencia, claro). El director Edward Zwick se recupera así del pequeño batacazo que significó El último samurai, cinta que si bien no era mala tampoco llegó al nivel que se esperaba en su estreno. Aquí está todo muy bien montado y preparado, condensando con inteligencia acción, drama y denuncia, que se entremezclan a la perfección, sobre todo en la primera mitad de la producción.
Zwick consigue un buen trabajo de dirección, aunque se deja llevar por el metraje y las ganas de contar una historia necesaria pero que con un poco más de garra se podría haber puesto al mismo nivel que la notable El jardinero fiel
(que denuncia las malas artes de las farmacéuticas en África). El director se muestra sabio a la hora de dirigir a sus actores, sobre todo al trio principal, donde destaca DiCaprio y la bellísima Jennifer Connelly, no tanto por su trabajo sino más bien por su carismática presencia.
DiCaprio consigue un personaje bastante decente, un hombre que ha dedicado su vida al tráfico de diamantes y que un día descubre todo lo que las piedras preciosas causan (guerras, violencia, muertes, explotación infantil), y
aunque se solidarice con la causa en su mente sigue estando presente el dineral que puede ganar. Es como un malo bueno con muchos matices (que en manos de otro guionista, dicho sea de paso, podría dar más de sí). DiCaprio consigue una interpretación estupenda, aunque lo de la nominación al Oscar por este papel le venga un poco grande, sobre todo si tenemos en cuenta que en Infiltrados estaba bastante mejor.
El papel de Solomon es interpretado por el actor beninés Djimon Hounsou, muy recordado gracias al papel de coleguita guay de Gladiator. Su nominación al premio de la Academia también puede ser exagerada, aunque el papel de padre sufrido y amante de su familia le queda bastante bien. Y sobre Jennifer Connelly poco se puede decir, salvo que aparece en pantalla más de lo que uno espera (al menos yo) y que cada vez que se le hace un primer plano uno se olvida de lo buena actriz que es por culpa de esa mirada y esa sonrisa.




Técnicamente, y como sucede en este tipo de producciones, todo esta muy bien montado, sobre todo el sonido y todas sus mezclas. Hay acción a raudales, bien rodada, sin escatimar en salsa de tomate y que en ocasiones puede parecer más dura de lo habitual en películas de acción, pero no tenemos que olvidar que esto no es acción a secas, es acción con denuncia, y eso se nota.
Todas las secuencias de acción están muy bien montadas y rodadas y el único problema que se le puede achacar es la velocidad de algunos planos y, sobre todo, el exceso de metraje de la cinta. Casi dos horas y media para contar una historia que bien se podía quedar en dos horitas y gracias. Y es que el final se alarga un poco y aunque no moleste, por eso de la pirotecnia y demás, si que se hace un pelín pesado. Este tipo de historias son muy necesarias de contar, pero para que el gran público las conozca y molesten a quien tienen que molestar, se tendría que pensar más en la vegija del espectador y en quitar algunas cosas que se dan por supuestas y que el público no necesita ver.



Diamante de sangre es un película entretenida, que auna acción con denuncia social y buenas interpretaciones, pero que termina perdiéndose un poco por un metraje largo y cansino hacia el final de la historia. En definitiva, una película que seguro molestará lo suyo a las grandes firmas que tratan con diamantes y que consiguirá (aunque no valga de nada) concienciar a algunas personas de lo grave que resulta la explotación infantil, el tráfico de armas y, más jodido aún, el tema de los niños soldados, que se muestra muy bien en la cinta y que debería ser solucionado si o si (y ya se que lo que yo diga no vale un carajo, pero dicho queda).

Nota: 7.