18 julio, 2006

Las colinas tienen ojos

Los Carter está de vacaciones, y el padre de familia ha decidido realizar un largo viaje en caravana, atravesando todo el desierto de Nuevo México. Cuando paran en una solitaria gasolinera, el dueño del negocio les recomienda tomar un atajo que les ahorrará más de dos horas de viaje. Sin dudarlo, toman el desvío, desconociendo que en esa misma zona se realizaban experimentos nucleares y que aún viven personas allí, aunque mutadas y sedientas de carne humana.

Alexandre Aja logra con su tercera película algo impensable en estos tiempos, hacer un remake bueno, original, respetando el sabor de la obra que adapta, pero aportando ideas, dando muestras de que el cine de terror aún no ha muerto. Y es que, si con Alta tensión no terminó de convencer a muchos, debido a su final, con esta Las colinas tienen ojos, logra su mejor película hasta el momento, salpicada de muchos sustos, tensión y una buena sesión de casquería.

Nada más empezar el film, Aja ya nos da una muestra de por donde van a ir los tiros, pero sabe tratar bien al espectador, tranquilizando la trama, centrándose en los personajes, en sus relaciones, que si bien no están perfectamente dibujados, si que están mucho mejor que en la mayoría de producciones de este tipo (véase Hostel). Pero es en el manejo de la tensión y de los momentos acojonantes, donde Aja demuestra que es el nuevo genio del terror, con susurros y voces que invaden la pantalla, consiguiendo que el espectador comparta la angustia de los protagonistas.


Todos los actores están geniales, desde Ted Levine (El silencio de los corderos) hasta Emilie de Ravin (Perdidos) pasando por el verdadero protagonista de la historia, Aaron Stanford (Piros en X-men 2 y 3), que tiene el personaje mejor dibujado, no tanto por su planteamiento, sino más bien por su evolución de chico bueno y pacífico a verdadero superviviente que no duda en usar drásticos métodos.
Pero es que, si la familia Carter está bien en casi todos los aspectos, la familia de mutantes está igual de cuidada, destacando (básicamente, porque el resto son irreconocibles) Robert Joy (La tierra de los muertos vivientes).
Los excelentes efectos de maquillaje corren a cargo de Gregory Nicotero, el genio de genios hoy en día, que ofrece un recital de gore y sangre mucho más bestia y violento de lo que en un principio cabría esperar. Atención, sobre todo, a la agobiante y larga secuencia del ataque nocturno en la caravana y a ese impagable momento despensa, con el bueno del prota encerrado en una nevera… rodeado de cuerpos y miembros putrefactos.


El resto de apartados, como música, montaje o fotografía están a la altura del conjunto, cosa que no suele suceder en estos tiempos, donde hacer un remake significa coger el original y masacrarlo, convirtiéndolo en bazofia para gente sin cabeza (como las miles y miles de películas que adaptan el terror japonés o las innecesarias revisiones de títulos como La profecía, La niebla o Cuando llama un extraño, que se hacen con un objetivo, idiotizar al espectador y hacer caja). Pero menos mal que aún hoy exista gente como Aja, que se preocupa por innovar y no trata al espectador como a un memo.
En definitiva, una muy buena película de terror, ideal para estos días de verano, donde se busca escapar de la realidad y disfrutar (aunque sea a base de miedo) de un buen momento de cine.

Nota: 8.

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